G. P. Panini, GALERIA CON CUADROS DE VISTAS DE LA ROMA ANTIGUA |1759|
El viaje hacia territorios desconocidos, o a veces conocidos, ha sido una constante en el ser humano. Viajes todos ellos cuyo principal objetivo era el comercio, la supervivencia o la conquista. Una práctica producida desde las primeras civilizaciones mediterráneas hasta prácticamente nuestros días.
A este concepto de viaje en busca de una recompensa “material” se unió en la Europa del s IX y X aquel cuya recompensa se elevaba a la esfera espiritual. Esta fue la causa por la que surgieron los viajes de peregrinación a Tierra Santa cuyo objetivo era hacer penitencia por los pecados realizados. Aunque este tipo de viajes al final se acabaron contaminando de las connotaciones guerreras anteriores al unirse a ellas el sentimiento de querer expulsar a los seguidores de otras religiones de los lugares sagrados para la Cristiandad. Un belicismo éste que, junto a la distancia y dificultad por llegar ese rincón de la cuenca mediterránea, propició la aparición de otros lugares de peregrinaje mucho más accesibles para el viajero de la época. Esta fue la razón por lo que el principal destino de peregrinaje comenzó a ser Roma dada su condición de ciudad en la que residía el Papa y por lo tanto el representante de Dios en la Tierra.
Con el paso de los siglos este sentimiento bélico se fue atenuando, aunque lógicamente sin llegar a desaparecer, lo que propició al hombre dedicarse a un pensamiento más humanista. De esta forma estas peregrinaciones se comenzaron a convertir en “viajes de placer o instructivos”. Es decir, el viaje espiritual se fue secularizando poco a poco hasta convertirse en un lúdico en tiempos de estabilidad política en el continente. De esta forma surgió en las islas británicas (ingleses, escoceses, galeses e incluso irlandeses aunque pronto se extendió a otros países europeos), la moda de que los jóvenes de la clase media-alta realizasen un viaje a medio camino entre instructivo y de placer, como una especie de paso de la juventud a la madurez, que se denominó como Grand Tour. Una experiencia cuyo valor no solo residía en el contacto directo con el arte Clásico y del Renacimiento, como se puede pensar a priori, sino que era considerado como un complemento a la educación de los caballeros ingleses dado el acceso que llegaban a tener de los refinados modales y costumbres de la alta sociedad italiana de la época.
Un viaje cuyo destino era recorrer las principales ciudades de la península itálica en una ruta prácticamente establecida, aunque tuviese paradas anteriores en alguna ciudad francesa o alemana, con Roma como enclave destacado. De ello se desprende que la duración de un Grand Tour podía variar desde meses hasta años dependiendo del presupuesto con el que se contase. De ahí que la mayoría de jóvenes ingleses solo podían observar las ruinas que tenían a su alrededor ya que este viaje estaba reservado únicamente, a excepción de los becados por alguna institución o noble o los “cicerones”, para las clases adineradas. Aun así, a partir de mediados del s. XVIII el Grand Tour se hizo muy popular entre los jóvenes nobles ingleses y al poco tiempo éstos habían llegado a convertirse en un “tópico” dentro de la sociedad inglesa, y romana como demostraba el nombre del famoso Caffé degli Inglesi decorado por el propio Piranesi, que hasta provocaron el nacimiento de un género literario.
Pero no solamente se detuvo en el campo literario sino que estos viajeros también pusieron de moda el arte Clásico en sus países, sobre todo en Inglaterra como cuna de estos viajes, al llevarse a su casa ciertos recuerdos de la travesía en forma de libros, obras de arte u objetos antiguos. Un aspecto que, junto al paso del tiempo y el desarrollo del ferrocarril, lo convirtió en más accesible y por lo tanto comenzó a extenderse a entre otro tipo de viajeros. Así un viaje que era una aventura en un principio, pasó a ser una lujosa cura contra la cotidianeidad hasta llegar a convertirse en un complemento necesario para todo artista que se preciase. Artistas que de esta forma completaban en Italia la formación iniciada en sus respectivos países.
Así fue como comenzaron a proliferar becas o premios institucionales o personales, cuya culminación fue la creación de las academias o institutos nacionales en Roma a imagen de la Academia Francesa, con las que numerosos artistas pudieron apreciar un nuevo gusto por el arte clásico. Artistas a los que su vuelta a su país eran llamados por las instituciones o los grandes nobles para embellecer su país con los conocimientos adquiridos, no copiando sino reinterpretando el arte clásico, sembrando las semillas del Neoclasicismo por todo el continente.
¿quieres más imagenes y comentarios? pásate por facebook y twitter
Síntesis de una entrada de la tesis doctoral “Densidad Aparente. Las lecciones de Roma en Louis I. Kahn” del doctorando Rubén García Rubio bajo la codirección de Francesco Cellini (Univ. Roma tre), Julio Grijalba (Univ. Valladolid) y Juan Carlos Arnuncio (Univ. Politécnica de Madrid)