«Greta Magnusson-Grossman: la elegancia por encima de todo» Silvia Blanco Agüeira

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Greta Magnusson-Grossman retratada en 1959 por Julius Shulman en su estudio

De Greta Magnusson no es posible encontrar demasiadas referencias en el mercado editorial, aunque su trabajo en el diseño de mobiliario representa la elegancia en términos absolutos. Una elegancia que derivaba de una temprana exposición a la modernidad europea y de una sólida formación en un mundo eminentemente masculino. Nacida en 1906 en la ciudad sueca de Helsingborg, descendiente de una saga de ebanistas e inusual aprendiz de carpintería, recibió en 1928 una beca para formarse en la prestigiosa escuela de arte Konstfack, en Estocolmo. Allí conocería a Erik Ullrich, con quien establecería en esa misma ciudad la firma «Studio», que se convertiría a partir de 1933 en el más popular ámbito de reunión de los jóvenes diseñadores suecos, cautivados por el enorme reconocimiento de la empresa y por la personalidad de la primera mujer en recibir un premio de la Stockholm Craft Association. Tras numerosos encargos, abundante atención de la prensa local y viajes por toda Europa, Magnusson aprendió a volar en los límites de la tradición escandinava, alcanzado esa vitalidad ausente en la funcionalidad del lenguaje moderno. Una década después, tras haberse instalado en Estados Unidos con su marido —un músico de jazz llamado Billy Grossman— llegó a jugar un papel importante en la definición de la estética de la modernidad californiana de mediados del siglo pasado.

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La casa Magnusson-Grossman, construida en 1948 en Waynecrest Drive, Beverly Hills, y fotografiada por Julius Shulman para la revista Arts & Architecture.

Si algo define el trabajo de Greta Magnusson es la carencia de dramatismos, aderezos o melancolía. Sus muebles respiraban optimismo, alegría y sofisticación. Por eso no resulta extraño que la tienda establecida en 1940 en Rodeo Drive, nada más llegar a Los Ángeles, se convirtiese en un lugar de peregrinación del famoseo hollywoodiense. Reproduciendo la experiencia sueca, pero bajo el nombre de Magnusson-Grossman Studio, se crearon en el mencionado taller una serie de conexiones que conducirían a posteriores proyectos de interiorismo y de arquitectura residencial que le permitirían a esta diseñadora compartir cartel con el matrimonio Eames, Eero Saarinen o George Nelson, mientras que celebridades como Frank Sinatra o Joan Fontaine se convertían en una fiel clientela.

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Greta Magnusson-Grossman. Hurley Residence, Wonder View Plaza, Hollywood, 1958

En 1948, su casa en las colinas de Beverly Hills representó la primera ocasión para sacar provecho de sus habilidades a la hora de pelear con la gravedad y acometer acrobacias en ladera. A partir de esta solución, Grossman se hizo conocida por construir viviendas encaramadas en parcelas difíciles y de pronunciada pendiente, algunas de ellas realizadas en colaboración con el reconocido paisajista Garrett Eckbo y con el calculista de estructuras Ted Joehn. Así pues, entre 1949 y 1959 diseñó catorce residencias en Los Ángeles, dos de las cuales aparecieron publicitadas entre la arquitectura nacida de la industria que John Entenza promocionaba desde la revista Arts & Architecture. De hecho, sus hogares sobre pilotis, y con magníficas vistas a través de amplios paños de vidrio, ofrecían unos espacios abiertos no muy diferentes de los desarrollados en el programa de las Case Study Houses, aunque con dimensiones mucho más reducidas. Los suyos eran los solares infernales que otros arquitectos desechaban por imposibles, y en los que ella se las arreglaba para encajonar patios y hasta piscinas en forma de riñón, como en la Hurley Residence (Hollywood, 1958); la misma forma de riñón que adoptó en su primer sofá de fabricación estadounidense. Y es que las fotografías de los interiores, en su mayoría tomadas por Julius Shulman, muestran cómo Greta Magnusson concentraba la mayor delicadeza y líneas sinuosas en el diseño de mobiliario, donde combinaba la madera con materiales poco convencionales para la época como el metal, los laminados o el plástico de colores. El resultado eran piezas visualmente ligeras, de fácil limpieza y escaso mantenimiento, algo que encajaba a la perfección con la forma de habitar moderna, en palabras de su propia autora.

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Greta Magnusson-Grossman. Hart Residence, Lorenzo Drive, Los Angeles, 1956

Objetos realizados en aluminio, como un horno portátil, así como estilizadas lámparas de esqueléticos apoyos, brazos flexibles y formas curvadas le granjearon reconocimiento entre la élite a finales de los años cuarenta. En 1950, su lámpara Cobra ganó el prestigioso Good Design Award y por lo tanto, fue exhibida en el MoMA de Nueva York. Pero no fue esta la única de sus piezas que acabó siendo mostrada en un museo, como tampoco fue exigua la nómina de firmas con las que colaboró: desde Glenn of California, pasando por Barker Brothers, Martin Brattrud, Cal-Mode Furniture Manufacturing Company o Frank Brothers, que incluyó su fotografía junto a la de Isamu Noguchi en sus anuncios publicitarios. La única mujer entre una refulgente nómina de diseñadores.

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Lámparas Grasshopper (izquierda) y Cobra (derecha), junto a otras piezas de mobiliario diseñadas por Greta Magnusson-Grossman, las cuales formaban parte de la decoración de la casa Backus, proyectada por ella misma entre 1949 y 1950 en Bel Air, Los Ángeles

Entre 1957 y 1963, el trabajo de Greta Magnusson-Grossman se volvió icónico y omnipresente. Alabado por la crítica, apareció publicado en revistas como Domus (el magazine fundado por su amigo Gio Ponti), acaparó numerosos anuncios publicitarios y hasta fue mencionado en tiras cómicas que ella recopiló concienzudamente. Durante ese mismo período ejerció la docencia en la Universidad de California, y siguió diseñando interiores para mujeres fuertes, independientes, y muchas veces ligadas a la industria del cine, como Paulette Goddard o Ingrid Bergman. Sin embargo, en 1967 esta creadora decidió desaparecer del mapa, de una forma tan enigmática y misteriosa como la empleada por su compatriota y alguna vez clienta, Greta Grabo. Tras instalarse con su marido en Encinitas, al norte de San Diego, en una casa diseñada por ella misma, pasó los treinta últimos años de su vida refugiada en la pintura de paisajes, hasta  su fallecimiento en 1999. Empeñada en la ocultación y en la reserva, su trayectoria quedó extrañamente difuminada, anclada en el olvido. Ha habido que esperar hasta el año 2010 para que su nombre haya vuelto a reaparecer en publicaciones y exposiciones centradas en su persona. En parte, se debe a la fascinación que genera una diseñadora que no dudó en abandonar su Suecia natal en 1940 y llegar a Los Ángeles tras atravesar Rusia y China con su marido, de origen judío, temerosos de una posible ocupación alemana de su país. En parte, este renovado interés en la reproducción actual de sus propuestas radica en la creatividad y brillantez mostrada por esta pionera de la historia del diseño industrial del siglo XX. En definitiva, nos encontramos ante una mujer que creaba iconos de la modernidad californiana cuando todavía no existía un vocabulario moderno asentado en el lugar más sofisticado del mundo.

Escrito por Silvia Blanco Agüeira, Doctora Arquitecta (2016)

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