El castillo de la Bella Durmiente de Disney World seguramente sea el más conocido de todos los castillos; inspirado en un precioso castillo enriscado al sur de Alemania, junto a la frontera austriaca, el castillo de Neuschwanstein. El alcázar de Segovia no queda mal en la comparativa, salvando las diferencias, claro; y Olite (en Navarra), da la talla dependiendo del punto de vista desde el que se mire. Parecen palacios encastillados más que castillos palaciegos, es decir, se concibieron como residencias, no como armas de guerra. Cada edificio tiene una historia: la de Disney es muy corta y alejada del combate, la del alcázar se presume mucho más trascendente que la del castillo alemán, y en Olite ¿qué ha pasado?.
Cuando escarbamos en la historia de nuestros castillos acabamos remontándonos varios siglos atrás, evidentemente muchos han desaparecido, solo han sobrevivido los más útiles (por que los mantuvieron), los más fuertes (o mejor construidos) y los más inaccesibles (por que no se conquistaron). El “castillo” de Disney lo hemos visto construir (1971), el de Neuschwanstein algún bisabuelo se lo pudo encontrar en construcción (1869-1886), pero el alcázar (1122) y el palacio real de Olite (s.XII-XIII), han sobrevivido tanto tiempo y sufrido tantos cambios, que difícilmente los reconocerían sus primeros moradores.
La trasformación del tejido urbano en los últimos 70 años ha sido salvaje, su desarrollo ha sido meteórico, y sin embargo, pensamos en los castillos como elementos que han sobrevivido intactos varios siglos; no podemos conocer todas las intervenciones y reformas que han sufrido a lo largo de su vida, pero sí podemos recordar como eran 100 años a tras, gracias a la fotografía. Un ejemplo de transformación “reciente” es Olite, con un pasado romano que se plasma en los restos de sus murallas y en los cimientos del palacio de los Teobaldos, sobre el que se edificó en el siglo XIII el palacio de los Reyes de Navarra. Desde entonces hasta principios del siglo XX pasaron muchas cosas y 700 años; en 1924 se convocó un concurso internacional para la reconstrucción del castillo que ganó José Yárnoz Larrosa , quien simpatizaba más con las ideas de Viollet-le-Duc que con las de su antagónico John Ruskin y así lo plasmó en su proyecto de restauración integral, anteponiendo la intervención restauradora a las estructuras históricas, una forma de restaurar que practicó por gran parte del territorio nacional.
Ahora, después de conocer este caso y otros similares, cuando veo las ruinas de un castillo no veo un cadaver, imagino un espléndido pasado y visualizo otro futuro posible.